A continuación reproducimos su artículo "El dinero no se reproduce" - publicado en el semanario 'XL Semanal' - que, dado su acierto en el análisis, consideramos que han de leer nuestros lectores.
"Si mañana nos revelasen que en tal o cual continente
remoto sus moradores padecen una altísima tasa de mortalidad porque creen que
en invierno hace un calor sofocante y salen a la calle en mangas de camisa,
muriendo de congelación, concluiríamos que tales personas han enloquecido. Lo
mismo ocurriría si nos dijesen que en tal o cual comarca extraviada de los
mapas los lugareños han resuelto que el agua es nociva para la salud,
renunciando desde entonces a beberla, con la consiguiente mortandad por
deshidratación. Pensaríamos que tales gentes han sufrido una especie de
alucinación colectiva de inspiración diabólica; y la crónica de sus
padecimientos -rematados siempre por la extinción física- nos encogería el
alma.
Sin embargo, la llamada 'crisis económica' se
asienta sobre una afirmación tan insensata como las anteriores, que consiste en
creer que el dinero se reproduce. Aunque, bien mirado, es todavía más demencial
y rocambolesca: pues, aunque sea excepcionalmente, los inviernos pueden ser
calurosos o el agua dañina para la salud; en cambio, el dinero no se puede
reproducir nunca: ni aunque le montes un picadero con sauna y jacuzzi, ni
aunque lo sometas a tratamientos de fertilidad, ni aunque pruebes a cruzar
entre sí las diversas 'especies' monetarias se reproduce, por la sencilla razón
de que no tiene genitales. Sin embargo, los sacerdotes de la idolatría
plutónica (la llamaremos así en honor a Plutón, el dios pagano de las riquezas,
que no en vano era también el dios del infierno) han logrado convencernos de lo
contrario; y en el pecado de credulidad (que es, en el fondo, pecado de
avaricia) llevamos la penitencia.
Todos los filósofos clásicos tenían claro que el
dinero era en sí mismo estéril, a diferencia de las ovejas, los manzanos o las
amapolas. Por supuesto, mediante nuestro trabajo -entendido en un sentido
amplio, como fuerza, ingenio, riesgo, capacidad imaginativa, emprendimiento,
etcétera- el dinero puede ser invertido en empresas productivas que redundan en
un beneficio: quien compra dos cerdos, macho y hembra, y los alimenta y cuida
con esmero, logrará que se reproduzcan; quien compra una tierra y la cultiva
con tesón logrará cosechas fecundas; quien compra una máquina logrará
transformar las materias primas en bienes de consumo. Pero en todos estos casos
el dinero no se ha reproducido: lo que ha ocurrido es que la conjunción de los
bienes que la naturaleza nos procura y el trabajo humano ha generado un
beneficio.
Puesto que el dinero no puede reproducirse, Santo
Tomás pudo establecer que «cobrar usura por el dinero prestado es en sí mismo
injusto, porque es vender lo que no existe, lo cual conduce inevitablemente a
la desigualdad, que es contraria a la justicia». En efecto, si no se encarna
-en una pareja de cerdos, un pedazo de tierra o una máquina-, el dinero deja de
existir propiamente, porque tan solo es un valor que representa el valor de las
cosas; y, desarraigado de ellas, se convierte en un puro fantasma. Pero la
idolatría plutónica, para justificar la usura, dio en la locura de afirmar que
el dinero podía reproducirse por arte de birlibirloque, desligado de los bienes
a los que representa y sin intervención del trabajo humano, que desde entonces
fue sustituido por una suerte de picaresca fraudulenta que convirtió la
economía en una lotería especulativa, según la cual -risum teneatis- los
activos financieros multiplican exponencialmente el producto interior bruto
mundial; y la pobre gente aceptó tal disparate, engolosinada ante la
expectativa de que sus ahorrillos pudieran multiplicarse, en una suerte de
parodia eucarística, a través de los terminales informáticos.
Aceptada esta reproducción fantasmática del dinero,
los sacerdotes de la idolatría plutónica montaron un aparato de matemática
recreativa, sin sostén alguno en la realidad, cuya única finalidad consistía en
justificar una ideología económica fundada en la usura que, a la vez que
saqueaba la riqueza real de las naciones, las endeudaba hasta extremos
insoportables, conduciéndolos a la ruina física y moral. El sistema de reserva
fraccionaria, que permite a los bancos conceder préstamos ad infinítum sobre
una exigua base originaria de dinero real, terminaría por convertir el sistema
financiero mundial en una inmensa estafa que solo se distingue de las de Madoff
o Afinsa en que la avalan los sacerdotes de la idolatría plutónica, que saben
que están mintiendo, porque el dinero no se reproduce, ni se reproducirá jamás
de los jamases.
Pero sostendrán la mentira hasta la aniquilación
final. Más nos valdría creer que en invierno hace calor o que el agua es dañina
para la salud."
Juan Manuel de Prada
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