lunes, 27 de agosto de 2012

Breivik, el sionista nazi

21 años. Ésta es la nimia condena que Noruega ha impuesto a Anders Breivik, autor de la matanza de setenta y siete personas sumando los muertos del atentado perpetrado con una bomba en Oslo y los tiroteados en la isla de Utøya. Vaya por delante nuestro hondo pesar al comprobar que no es patrimonio único de España una legislación que sanciona con penas ligerísimas los delitos de sangre, pues no concebimos cómo un asesino de más de medio centenar de seres humanos puede cargar con sólo 21 años de cárcel. Hecho el apunte de rigor, vamos ahora a observar cómo se nos ha vendido, desde los medios de comunicación, la historia del terrorista noruego.


Desde que se conoció la terrible noticia, allá por julio del pasado año, hasta estos días en los que se ha dado a conocer la polémica sentencia, se nos ha tratado hacer creer que Anders Breivik había matado a 77 inocentes por unas convicciones profundísimas - creemos cierto este punto - basadas en un exacerbado sentido antimarxista, racista y xenófobo de inspiración nacionalsocialista. Podemos aceptar como verdaderos los tres adjetivos que se le adjudican al asesino noruego, pero no caeremos en el error - no tanto error como trampa convenientemente montada - de considerar que Breivik es un "nazi". Empezaremos por apuntar que el sujeto en cuestión perteneció a la masonería, convive con una islamofobia que traspasa lo enfermizo y se ha declarado ferviente admirador del estado terrorista de Israel. Se nos ha repetido desde todos los medios que sus motivaciones para cometer los crímenes habían sido su ultranacionalismo y su anticomunismo férreo. Diremos que no ponemos en duda su nacionalismo, pero lo diferenciamos bien del que manifiestan los nacionalsocialistas, siendo éste subersivo y anticapitalista (el único auténtico nacionalismo que consideramos como tal y llamamos por ese nombre) mientras que aquél es conservador y burgués (Breivik estuvo vinculado al partido Fremskrittspartiet, de corte derechista, así como a sus secciones juveniles). Dice ser este individuo antimarxista, pero bien suponemos que su animadversión a la doctrina de Marx no es de raíz europeísta - nacionalista si se prefiere - ya que un capitalista es tan materialista, tan antinacional y tan misántropo como lo es un discípulo del comunismo. Les une a ambos una fascinación materialista que hace que se comporten como súbditos del que el gran Francisco de Quevedo dio en llamar "Don Dinero" y un odio profundo a las fronteras a las que, en su reduccionismo o en su perversidad, creen barreras artificiales que impiden que expandan sus tentáculos para poder corromper a todos los pueblos. La concepción de lo material como algo superlativo nos repugna y es algo, como hemos apuntado y especificado en anteriores artículos, de profunda entraña judaica. Aborrecemos de igual modo la tesis de que las fronteras son poco menos que muros de hormigón que el gobernante construye para aislar su territorio e impedir el trasvase bidireccional de gente (¡qué chusco nos resulta ese razonamiento!). Pensamos nosotros que las fronteras, lejos de ser limitaciones para las naciones, no son sino brazos extendidos que acogen a los pueblos que se hallan dentro de ellas, sin agredir a los países vecinos. Es una manera ésta de preservar la identidad nacional frente a un internacionalismo corrupto y corrompedor que hace que los pueblos se conviertan en una masa informe y hedientemente homogénea de gente descastada, sin vínculos con su Patria, con sus ancestros. Aclarado esto, ponemos muy en duda que el autor de las matanzas sintiera que con sus acciones horribles estaba librando a Noruega (incluso a Europa entera) de las garras del marxismo, de la islamización o de cuantos males argumente que pretendió combatir.


Llegados a este punto, con las matizaciones pertinantes realizadas, se preguntará el lector, ¿qué tiene, pues, este hombre para que le tilden de nacionalsocialista? Agárrense porque la explicación dada por los medios (prensa, radio y televisión, muy serios todos según nos aseguran sus ingentes audiencias) es que al entrar en los juzgados, al salir, al tomar un café y hasta al ir a comprar el pan, Breivik realiza el "saludo nazi" (sic.). Inmediatamente le viene a uno la imagen de las muchedumbres alemanas aclamando al Führer, con el brazo derecho alzado formando un ángulo de 45 º con la vertical y con la palma de la mano completamente extendida, gritando "Heil Hitler!". En efecto, todos sabemos, aunque sólo sea porque lo hemos visto cientos de veces en multitud de archivos, cómo saludaban los nazis a Adolf Hitler y demás autoridades del III Reich, pero he aquí que al visionar uno de los tan frecuentes gestos del noruego nadie ve tal saludo. Se observa en las imágenes a un señor rubio, trajeado y con corbata dorada, izando su brazo derecho con el puño (bien apretado) en alto. Tal vez sea una impresión personal, pero se nos asemeja bastante más al gesto de un comunista arengado por sus incitadores que al de un nacionalsocialista aclamando a su líder. Pese a que parece algo tan claro como el agua, los mass media insisten de manera extraordinaria - y ciertamente inquietante - en hablarnos del "saludo nazi" del asesino. La estrategia es tan obvia como estúpida (lamentablemente parece que también efectiva), todo lo que hiere al mundo, todo lo que es despreciable hasta la náusea, tiene que ser ligado a un chivo expiatorio y claro, todos sabemos que nada hay más pérfido en el planeta que el nacionalsocialismo. ¡Y encima levanta el brazo derecho! Perfecto. Rotativas echando humo imprimiendo con alegría y ligereza la palabra "nazi" en sus titulares, lectores acostumbrados a tragar sin masticar con todo lo que el "cuarto poder" le ofrece... En definitiva, sionistas de todo el mundo frotándose las manos al comprobar que, una vez más, toda su maquinaria de control sigue funcionando a las mil maravillas, cargando sobre las espaldas de otros los crímenes motivados por las políticas israelitas.


Confiamos en que este somero análisis sobre el "tema Breivik" haya servido como mero contrapunto a la avalancha de informaciones - he dudado si entrecomillar o no esta palabra - vertidas por los medios de comunicación. Tenemos fe en que nuestros lectores son audaces y habían olido el hedor que desprendía la torticera manera con la que se ha tratado el suceso, pero nunca nos cansaremos de reiterar esta recomendación: si la mayoría de las opiniones acerca de un mismo tema coinciden, acércate a las minorías, seguramente tengan algo interesante que contarte.


Marcvs


(El asesino pro-sionista Anders Breivik realizando el citado saludo.)

1 comentario:

  1. Todo aquel que tenga sentido común y respeto por la vida humana, así como un mínimo de empatía hacia la desgracia ajena, se sobrecogió al conocer la noticia de la matanza en Noruega. Cuando al fin puedes recomponerte ante la noticia de tal barbarie injustificada, lo primero que cada uno de nosotros intentamos hacer es precisamente eso, buscar que tipo de “justificación” pudo tener Anders Breivik. ¿Política? ¿Religión? ¿Enajenación mental? Necesitamos buscar un calificativo que nos ayude a “humanizar” un acto de extrema crueldad, lo cual es a su vez una manera más de autodefensa que tiene la actual sociedad adormecida, que se niega a hacer frente al monstruo que puede llegar a ser cualquier persona sin ningún tipo de justificación o motivación. Pero volviendo al caso que nos ocupa, como bien apunta Marcvs, los medios de comunicación europeos, sin lugar a dudas bien orquestados, obtuvieron (y nos ofrecieron) rápidamente una respuesta. Los asesinados pertenecían a las juventudes socialistas y el discurso de Breivik era de tipo “nacionalista”. Señores, ante nosotros teníamos a un temible nazi. No hace falta recordar, o quizás sí, que Slobodan Milóshevic, que fue acusado de “crímenes contra la humanidad, de genocidio y limpieza étnica”, pertenecía al Partido Comunista de Yugoslavia. Sin embargo, tanto Milóshevic como Breivik han sido tildados de “nazis”.

    Si hacemos un ejercicio de memoria, la relación del pueblo judío con la ideología marxista-leninista no ha sido siempre un jardín de rosas (o sí, pero con muchas espinas).
    Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que cayeron 200 mil soldados judíos rusos, empezó un periodo de represión sangrienta conducida por Stalin y dirigida específicamente contra judíos acusados de tendencias sionistas cosmopolitas y de ideas burguesas. Pero además, los judíos no podían aunque quisieran abandonar la URSS. No fue hasta el ascenso al poder de Gorbachov cuando se permitió la libre emigración de más de un millón de judíos rusos a Israel. A su vez hubo una fuerte emigración de judíos rusos a los EE. UU. y a varios países de Europa Occidental.
    Pero entonces, y volviendo a Breivik, ¿qué tenemos ante la vista? Una falacia, y con nombre propio. Se denomina “reductio ad Hitlerum”, aunque también se conoce por “argumentum ad Hitlerum” o “argumentum ad nazium”. Esta expresión fue creada originalmente por Leo Strauss, profesor de la Universidad de Chicago. Con ella se plantea que frente a una discusión cuando se alarga demasiado, siempre aparece quien acuse de fascismo hitleriano a su contraparte.

    Los ultimas noticias de opinión sobre este tema son del tipo “¿Se convertirá Anders Breivik en un ídolo para la ultraderecha europea?” Continúa el circo.

    Posdata: Me indigné profundamente al comprobar como el “saludo nazi” de Breivik era lo que se contempla en la foto. ¿Tanto cuesta un mínimo de rigor periodístico, veracidad y honestidad? Además, en el famoso manifiesto “nazi” de Breivik se dedican numerosas páginas a desligarse tanto del nazismo como del marxismo.

    ¡Ah! Se me olivada. Los saludos son nazis; la tecnología, el capital, los científicos, las empresas… no, ¿verdad? El mayor ejercicio de hipocresía de la historia reciente de la humanidad fue la “desnazificación” de Alemania.

    Jonsista (@JONS1931)

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