Cuando la propia identidad se discute por su ausencia, se
encuentra diluida por las vicisitudes históricas, se repudia por vergüenza a la
verdad, o simplemente se olvida y entierra bajo una pesada losa de silencio,
entonces, no es extraño buscar unos orígenes mitificados que nos distancien de
la realidad actual y nos proporcionen una cierta legitimidad para aquellos
predicados ex novo que tomamos como
propios y creemos más antiguos que “el origen de los tiempos”.
Actualmente, y desde las últimas centurias, España ha
rehusado a su plenitud. Renunció a realizarse como un único Estado que
respondiera a las necesidades de una Nación que, si bien se había fragmentado a
consecuencia de la Conquista, fue su propia Reconquista la que forjó aquel
renacimiento que originó la simiente del primer Estado Moderno del mundo. “Las
Españas” siempre tuvo en su ser y en su horizonte una idea clara: la
restauración de Hispania como una única realidad.
La Península Ibérica albergaba en su seno a un fuerte pueblo
de ya hispano-romanos que de Norte a Sur y de Este a Oeste mantuvieron vivo una
esencia y un carácter que, si bien ellos mismos no podían reconocerlo, no
fueron extraños los numerosos autores foráneos que cantaron alabanzas a las
magnificencias de este pueblo.
El lector podrá acusarme de emplear de forma aleatoria un
período histórico concreto de nuestra Nación para enmarcar mi discurso. Y tiene
razón. En la historiografía no se deja nada al azar, y además se trabaja con un
método que nos proporciona la calificación de ciencia. Y la razón de mi
elección se debe a motivos de carácter histórico. No faltan aquellos que,
echando la vista aún más atrás, se ven a sí mismos en los grandes pueblos
prerromanos peninsulares. Pero también se podría ir un poco más atrás y hablar
de las poblaciones que desarrollan una cultura de clara influencia “celta”. O
aún más atrás y sentirse herederos de aquellos grandes pueblos megalíticos sin
parangón. O, por qué no, algunos podrían decidirse entre su género Homo favorito, encontrando al Neandertal
como el primer tipo de homínido propiamente “europeo”. Si no, el Sapiens anatómicamente moderno pues, al
fin y al cabo, éste no desapareció por extinción mientras que el de tipo neanderthalensis sí. ¿Qué pretendo con
todo esto? Localizar en su contexto cómo se articulan las herramientas que nos
permiten afirmar que éste o aquel pueblo tienen una identidad propia creada y
asumida por sí mismos.
Para entender la cuestión que planteo, realizaré un breve
análisis del nacimiento de la identidad griega en la Antigüedad, siendo
evidente la elección de este pueblo como primer referente universal de la
sociedad cultural de la que somos tanto herederos como valedores.
Los griegos en la Antigüedad se denominan así mismos helenos. El origen del término se
encuentra en el nombre que daban a su territorio, la Hélade. Y aunque se llamaban así mismos helenos y como tales se reconocían como semejantes, existían
distintos pueblos de griegos como podrían ser los aqueos, dorios, jonios, etc.
La lengua era común, si bien existían distintos dialectos
como el jónico, el ático, el dórico, el eólico, etc. Entonces, si poseían
dialectos distintos y pertenecían a distintos pueblos, ¿por qué se consideraban
a sí mismos todos ellos griegos?
El nacimiento la identidad griega se rastrea hasta Homero.
Con sus epopeyas, Iliada y Odisea, se establecen de forma canónica
unos dioses comunes para toda Grecia. Estas divinidades no son mas que el
reflejo de su propia humanidad, por eso los dioses tienen las mismas virtudes y
defectos que los hombres. La concepción común griega se configura a través de
la descripción de la alteridad. Eso es, ¿quiénes son los otros? Un griego
antiguo contestaría: “Nosotros somos
hombres comedores de pan y bebederos de vino”. Es decir, en su cosmos son
los seres civilizados (conocen la agricultura y la domesticación de las
bestias), y el resto que no son ellos son los bárbaros, gentes a las que no se
las entiende cuando hablan porque sus palabras suenan a “ba ba ba”.
Pero la identidad griega va más allá. Un pilar fundamental
es la polis, la ciudad. El hombre no
puede olvidarla ya que se trata de un animal político. El griego tiene su vida
en el marco de la ciudad, que se rige por leyes y reglas que organizan la vida
colectiva.
En una obra tan temprana como la Odisea se vislumbra esto. Odiseo/Ulises va a inaugurar un nuevo
tipo de venganza cuando es guiado por Atenea a su hogar. ¿Cuál? La justicia,
las leyes de la polis, de la
comunidad, que se encuentran por encima de la hybris, el exceso. Es por ello que el periplo de Odiseo es
ejemplarizante para el pueblo griego que disfruta de dicha epopeya. Se
establece, culturalmente, el fin los héroes.
Todos los antiguos hombres (los héroes, aquellos que son más
próximos a los dioses) perecen menos Odiseo, que a su vez es un prototipo de
héroe especial puesto que es mentirosos, astuto, y se vale de las argucias para
alcanzar sus logros. Sin embargo, se acoge a la voluntad divina que representa
Atenea, el logos, la razón, y el
servicio a la polis (el ansiado
retorno del viajero a su hogar).
Sin patria, sin la polis,
un griego no es nada porque no es libre. Una de las mayores penas de la
Antigüedad era el ostracismo, el destierro. El propio Sócrates murió por
convicción de sus preceptos. Esto es cierto, pero tiene un matiz que siempre se
olvida. Cuando sus amigos le ofrecen la posibilidad de huir de Atenas, él
amargamente responde que cómo podría él vivir lejos de ella… ya no sería hombre
y viviría como una alimaña. Por ello debía morir siendo hombre, fiel a sus
enseñanzas pero a la vez, fiel a su patria y sometido al imperio de la ley,
pues un griego sólo podía ser libre cuando se sometía a las leyes de la polis porque éstas eran hechas por todos
y, por lo tanto, debían ser buenas para todos puesto que nadie quiere el mal
para sí mismo.
Continuando con otro elemento identificativo de los helenos, otro de los pilares
fundamentales es, junto a la polis,
la educación que reciben aquellos que la habitan. Se trata de la paideia, la educación que dotaba a los
varones de un carácter verdaderamente humano.
De nuevo, con Homero se establece la armonía entre la
educación física, corporal, y la educación intelectual y moral del alma. Se
pretende alcanzar la areté, la
excelencia. Pero en el aspecto educativo-cultural es otro gran poeta, Hesíodo,
quien amplía el carácter democrático que debe tener la paideia, convirtiéndola en un derecho y una obligación para todos
los ciudadanos (en Homero los grupos a los que va dirigida son de tipo
aristocrático).
Otros aspectos antropológicos que configuran esta identidad
son el trabajo de la tierra, que implica que la comunidad humana se sitúa en
relación con los dioses (gracias al sacrificio) y con los animales (domésticos
para ser usados en los trabajos del campo o los sacrificios; salvajes para ser
cazados). La asamblea estaba formada por todos los hombres adultos de la
comunidad capaces de portar armas. Y la institución de la hospitalidad.
Y no podía olvidar el rasgo último que alcanzaron y que más
ha sido manipulado por la Historia. La demokratia.
Su aparición está ligada a la polis
de Atenas y a personajes como Solón, Clístenes o Pericles. Y esta identidad
“continuó” con Roma, la “nueva Troya”, que no es más que un “reino” helenístico
más.
Grosso modo, se ha
podido comprobar cuales fueron los principales elementos y herramientas con las que se “forjó” una de
las grandes civilizaciones que más han influido en nuestras sociedades y que
ella, más que ninguna otra, merece el apelativo de “clásica”.
Si se me permite un juego comparativo, podemos concebir a
Europa como la Hélade, y cada una de
sus Naciones como una polis
independiente, un Estado que comparte con las otras unas características
comunes pero que no menoscaban su originalidad. Y si Hispania funciona como una polis
en esta nueva Hélade, aquellos
pueblos que representan la hispanidad son nuestra propia Magna Grecia.
Ahora bien, nos encontramos en los albores del siglo XXI y
las crisis que sufrimos abarca todos los órdenes de nuestra existencia. El
sistema capitalista se nos presenta como caduco, no por su agotamiento a lo
largo de los siglos (a pesar de sus múltiples “crisis”), sino porque no
representa la superación de ninguna de las injusticias sociales que pudieran
encontrarse el orden anterior, sino que las transforma y crea nuevas
desigualdades de diferencias abismales. La Unión Europea sustentada en el
principio económico no es más que agua de borrajas para esa “unión” en la que
la soberanía nacional de unos países es secuestrada por otros o por los denominados
“mercados”.
España (Hispania),
en su concepción peninsular en su totalidad, debe encontrar en sí misma la
nueva ruta que le proporcionen sus hijos, es decir, nosotros. Y como antaño se
preguntaron así mismos los helenos,
nosotros debemos cuestionarnos sin dilación ¿quiénes somos? ¿Qué identidad
queremos construirnos? Son muchas las herramientas a nuestra disposición y el
camino recorrido nos da muestras de la gran riqueza y experiencia con la que
contamos. Pero mientras algunos sólo pueden pararse a contemplar la marca
inicial y son incapaces de andar, nosotros guiamos nuestros pasos hacia
adelante y afirmamos con rotundidad que, si para proseguir nuestra marcha,
fuera necesario desterrar el pasado, no dudaríamos en ello porque ya forma
parte de nosotros y no puede ni enajenarse ni distraernos de nuestro objetivo.
Somos hispanos.
Algunos podrían rememorar a los iberistas decimonónicos en nosotros, y aunque
muchos de nuestros anhelos pudieran ser los suyos, eso sólo podría conducirnos
hacia un movimiento anacrónico en el mejor de los casos; y en el peor a
sostener nuevas fórmulas independentistas contrarias a nosotros, a nuestra
Historia.
Nuestro carácter es claramente subversivo ya que no estamos
dispuestos a tolerar los agravios que sufrimos actualmente. En la mochila
portamos, parafraseando a Ramiro Ledesma, con nuestra juventud y con nuestra
dimensión nacional. Debemos ser los Homeros de nuestro tiempo. Los Hesíodos que
porten nuestra realidad hasta el último de nuestros compatriotas. Debemos formular
una nueva paideia que recoja y de
respuesta a todas las inquietudes de nuestros jóvenes. Queremos luchar por un
sistema económico y de gobierno que nos describa como la nueva Atenas. Debemos
ser y somos Nacional Revolucionarios y nosotros somos quienes deciden nuestro
propio destino y forjaremos de nuevo nuestra identidad.
¿Cuál será el siguiente paso? ¿Cómo podremos continuar
definiéndonos a nosotros mismos? Alcanzaremos una nueva “edad clásica” en la
que seremos portadores y defensores de la demokratia
(que muchos apellidan “radical” para diferenciarla de la actual
“representativa” liberal-burguesa).
Muchos son los objetos de las futuras reflexiones.
¡Una vez más! ¡Somos hispanos “comedores de pan y bebedores
de vino”!
Jonsista (@JONS1931)