Barack Obama ocupará durante otros cuatro años el despacho oval de la Casa Blanca tras haber sido reelegido este martes. En la competición electoral con Mitt Romney, finalmente se impuso el demócrata.
Hace un lustro, el nombre de Obama se coló en nuestras vidas. Se nos vendió que ese hombre, medio negro, universitario, de dialéctica pedante y retórica hasta la náusea era poco menos que la demostración empírica de la segunda venida de Cristo. La filantropía más hueca y carnavalesca acogió a este personaje y lo encumbró como icono de la progresía universal, llegando al techo de la estupidez cuando, en 2009, se le otorgó el premio Nobel de la Paz.
Guerras abiertas en Afganistán, Iraq o Libia así como el campo de concentración yanqui de Guantánamo, que sigue abierto pese a que prometiera cerrarlo, hacen que nos sea imposible aceptar la bondad quasidvina de Obama. Poco importa realmente si la victoria en las urnas es para los burros o los elefantes, sabemos bien que ambos obedecen fielmente a la élite sionista que, desde Wall Street e Israel, dicta las órdenes que el señor presidente ha de cumplir. Mucho nos tememos que el pacifista presidente de los Estados Unidos se verá implicado en una nueva guerra - ¿Siria? ¿Irán? ¿todos? - y eso es lo que nos preocupa hondamente. Podríamos vaticinar, sin miedo a errar demasiado, que la salida de esta mal llamada crisis pasa por un conflicto armado que se nos presentará como una batalla entre el etéreo "mundo occidental" y los peligrosos países autoritarios, dignos sucesores del "eje del mal" de Bush. Que nadie se confunda, nuestro Occidente no es el suyo.
Tendremos otros cuatro años para seguir examinando el proceder de Obama, pero mucho nos tememos que será prácticamente un calco de lo ya ensayado por él durante su primer mandato. En cualquier caso, estamos seguros de que bajo la máxima de "Show must go on" el circo tiene preparados nuevos y arriesgados números. Pasen y vean.
Marcvs
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