El precio de ser español

Demencial e insultante. No podemos calificar de otro modo la nueva ocurrencia del gobierno español. Su última idea consiste en otorgar el permiso de residencia a todo aquel extranjero que adquiera una vivienda en suelo hispano con un precio superior a 160.000 euros. La medida, que se plantea como una posible futura realidad, merece ser puntualizada desde nuestra óptica.

En primer lugar, señalamos la absoluta falta de previsión del gobierno, que con tamaños disparates pretende recaudar dinero para la maltrecha economía nacional y dar salida a un amplio stock de viviendas cuya venta resulta prácticamente imposible en unas condiciones económicas como las que padece nuestro país. Escandaloso nos resulta que mientras cientos de personas son desahuciadas cada día en España y el número de personas sin hogar roza las 40.000 se permita y plantee este juego obsceno. La improvisación que caracteriza los mandatos de los gobiernos parlamentarios, siempre supeditados a las fluctuaciones económicas del capital al que obedecen, es un ejemplo más de su ineficacia y de la falta de identificación que tienen para con el pueblo al que tan pomposamente dicen representar. Si esta medida se aprueba y es llevada a cabo, sabemos bien qué clase de inmigrantes accederán a adquirir viviendas y con ello, la residencia española. No será el pobre guineano que viene a España en busca de pan con el que alimentarse, sino los más poderosos capos de las mafias - principalmente rusas y chinas - quienes aprovecharán esta circunstancia para darle un empujón a sus negocios.

El fondo de la cuestión es acaso más preocupante que los aspectos materiales. Desde hace tiempo estamos viendo que la Patria es un concepto que nada vale en el sistema demoliberal, quedando reducida a una simple etiqueta con la que identificar el origen del producto. Nada más. Las personas no forman ya parte de una comunidad con proyección en el futuro, en la que cada hombre encuentra su función y colabora en esa tarea que comienza antes que él y que no finaliza con su muerte. El espiritualismo y cualquier valor que no pueda ser tasado mercantilmente es convenientemente borrado de la sociedad con el objeto de asegurar que los seres humanos sigan estando reducidos a simples máquinas de producción con las que satisfacer un sistema que no estima otra cosa que aquello que puede, con su venta, otorgarle un beneficio económico. Contra eso vamos, contra la perversión del íntimo ser del hombre, para liberarlo de las garras del utilitarismo capitalista y enmarcarlo en un proyecto nacional, que no es frío y ajeno a él, sino que lo estima en tanto que lo precisa como integrante de un proyecto común en el que trabaja y del que obtiene su sentido vital. Pues bien, mientras nosotros queremos situar al hombre en el mundo, el capitalismo quiere importar y exportar piezas para mejorar su maquinaria productiva. Vender el permiso de residencia español por tal o cual cantidad implica reducir la hispanidad a una cuestión puramente monetaria. Ni el chino ni el guineano son españoles en tanto que no sienten como propia la comunidad hispana y por ello no deben tener privilegio alguno frente al español humillado, independientemente de la situación económica de aquéllos.

Amigos, España, para quien todavía lo ignorase, está en venta. Nuestro es el deber de expulsar a los mercaderes del templo. Poco importa si ha de hacerse a latigazos o a tiros, método más acorde a nuestros tiempos. La Patria, concepto sagrado, no puede pertenecer al mejor postor sino a quienes día a día se esfuerzan para que la nave siga avanzando incesante hacia destinos gloriosos. Remar no es incompatible con responder. Dejémosles claro a los burgueses que España no es un zoco. 


Marcvs