miércoles, 12 de septiembre de 2012

Tordesillas, Historia y vergüenza hispánica

Llegado desde los Yébenes (Toledo) - municipio que recientemente ha saltado a la actualidad nacional por motivos que no entraremos a valorar ahora - y con 622 kilos de peso, el toro "Volante" era muerto ayer en el vallisoletano municipio de Tordesillas. Otro año más hemos podido observar cómo el ser humano hace de su crueldad bandera y se recrea torturando a un noble animal por pura sed de sangre. Nos ahorramos la crónica de tan macabro acontecimiento, ya que consideramos que nuestros lectores no esperan de nosotros un relato de los hechos sino un juicio crítico sobre lo que se da en llamar "el toro de la Vega" y demás festejos aborrecibles.

Comenzaré por apuntar que desprecio cualquier hecho que suponga la muerte innecesaria y en vano de un animal. España, lamentablemente, es una nación en la que los actos en los que se practica el sadismo con animales están a la orden del día, no estando exenta ninguna parte de su territorio. Ejemplos tenemos por decenas, desde las celebérrimas y polémicas corridas de toros hasta los gansos de Lequeitio, pasando por los bous al carrer o la cabra que se lanzaba desde un campanario en algunos pueblos zamoranos. ¿Qué empuja a un grupo de personas a disfrutar con el sufrimiento y la agonía de un animal? Los psicólogos apuntarán muchas razones, pero sin haber cursado esta carrera, la pura deducción lógica nos muestra unas bien claras, a saber: necesidad de sentirse superior a algo, querer liberar la rabia contenida por los problemas que nos afligen o simple síndrome de "masa enfurecida". La imagen chusca, medieval y profundamente insensible que proyecta nuestra Patria con este tipo de actuaciones no puede ni debe ser tolerada por nadie que le tenga un mínimo de consideración hacia España. Fue Mahatma Gandhi quien dijo que la calidad de una sociedad podía ser juzgada en relación a cómo tratara ésta a sus animales. Si el baremo que empleó es válido, sólo resta decir que la sociedad española es un estercolero.

Ciñéndonos a los simples datos fisiológicos, se sabe que un toro sufre menos luchando a muerte en una plaza que durante el estresante transporte en camión hasta la misma. Es más, sabemos que el toro de lidia es el animal doméstico que tiene la vida más placentera de cuantos pisan suelo hispano. Podemos resumir que el toro bravo tiene la vida de un rey que se acaba por culpa de una mala tarde. Ni que decir tiene que las vacas  de producción - tanto lechera como cárnica -, el ganado porcino, ovino, caprino, aviar o cunícola en régimen de explotación intensiva lleva una vida miserable y su sufrimiento es mucho mayor y más prolongado que el de cualquier otra criatura viviente. Suscribimos todo esto y abogamos porque, en la medida de lo posible y razonable, se mejoren las condiciones de vida de estos animales, pero ahora bien, hay un matiz de importancia sumarísima; el fin. El sufrimiento de una vaca productora de leche está justificado porque con su producto se alimenta al Hombre. Obviamente, huelga decir que preferimos que sufra una vaca o una gallina a que, por darles más comodidad, se vea comprometida la dieta de un sólo niño. Justificado, aunque abierto a discusión para aminorarlo, el sufrimiento de estos animales de abasto. Muy diferente es el caso de los animales sacrificados en festejos populares. Mientras aquéllos tienen como fin - como único fin, hay que remarcar - el de alimentar a las personas, éstos mueren de manera totalmente innecesaria por el mero hecho de satisfacer una crueldad atávica que no ha de tener lugar en una sociedad que mire hacia adelante. Argumentan los partidarios de la salvajada que si cesan los espectáculos taurinos se extinguirá la raza de lidia, pues su única aptitud es la de animal de lucha. Ciertísimo es esto, pero de igual manera se han extinguido - y se siguen extinguiendo - numerosas razas vacunas ibéricas (además de razas de otras especies e incluso especies mismas) y no vemos que nadie ponga el grito en el cielo. Si ha llegado la hora de que el toro deje de ser el icono hispano, lamentando la pérdida de su gallarda silueta, lo enterraremos con honores. Asimismo, sabemos que el mundo taurino da trabajo a gran número de personas y es necesario para mantener el ecosistema, netamente hispánico, de la dehesa. Por esto mismo, consideramos que la desaparición de la tauromaquia no ha de producirse bruscamente, sino tras haber buscado una alternativa real para los trabajadores y un medio de preservar nuestras dehesas montaneras. 

¿Respeto a las tradiciones? Sí, siempre que éstas no atenten contra la lógica o supongan un lastre para el avance del pueblo. Todo esfuerzo para promocionar este tipo de entretenimiento nos parece, no sólo innecesario, sino además poco recomendable. Que Tordesillas sea recordado como el lugar en que se decidió el destino de medio mundo y no como el pueblo donde unos salvajes dan rienda suelta a su furia irracional. 


Marcvs




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